La visita
...al principio no sabÃa lo que era, pero me di cuenta que eran pasos que se acercaban a mi cama. No quise despertarme del todo, ni siquiera abrir los ojos pues daba por hecho que era Daniel o Daniela que habÃan entrado un momento, a buscar algo en mi habitación. Lo absurdo empezó cuando aquellos pasos no terminaban nunca. Todo el tiempo los escuchaba y empecé a tener miedo. Cuando tuve esta sensación, los pasos empezaron a sentirse cada vez más cerca de mi cama, cada vez más cerca, más cerca, más próximos hasta que de repente ya no se escucharon. ¡Mi cama se hundió!, ¡Mi almohada también! ¿Quién se habÃa acostado?
Dejé de respirar durante un rato, lo que pude aguantar sin gritar, sentÃa que me ahogaba, seguÃa de espaldas a la puerta, no iba a dar la vuelta, no podÃa, estaba aterrada, no me podÃa mover, estaba entumecida en esa postura, no lograba estirar las piernas, me pesaban, más bien tenÃa un peso sobre de ellas. Ese olor a flores, a hierbas, a naranja que invadió mi cuarto me relajó por un momento. Empecé a respirar muy hondo y me di cuenta de que no podÃa hacerlo más despacio del pánico que sentÃa..., saber que a mis espaldas habÃa alguien, me aterraba. Por un momento no escuché nada, sólo mi jadeo, que no dejaba de ser profundo, fue entonces cuando escuché una segunda inhalación; es decir la mÃa, yo respiraba. Cuando soltaba el aire escuchaba cómo lo soltaban también. Ya no sabÃa qué me estaba pasando, ¿lo estaba imaginando? Lo comprobé cuando dejé de respirar por un momento. Dios mÃo. Aquel suspiro lo sentÃa más apremiante, ¡habÃa alguien a mi espalda! Ese extraño soplo estaba cada vez más próximo, cada vez más cerca, hasta que pude apreciar el aire en mi oÃdo... tus labios frÃos estaban pegados a mi oreja, me susurrabas, supe que eras tú. Toqué mi oreja, estaba congelada, me dolÃa del frÃo.
En un instante estuve sentada, incorporada en la cama esperando a que se levantaran asustados por el grito que habÃa expulsado, pero nadie abrió mi puerta. Nadie me habÃa escuchado. Era imposible, jamás habÃa gritado con tanta fuerza.
Fue la experiencia más aterradora que he tenido en mi vida... y ahora que la cuento no puedo evitar soltar una lágrima de afecto.
Por la mañana Daniela me preguntó, ¿mami, quién es ese señor sentado en la mecedora que me sonrÃe?