Para René Avilés Fabila
EL SUEÑO
Abro los ojos y todo está en silencio, no escucho el vocerÃo de los vendedores ni el bullicio del tráfico. Es domingo y todo indica que podré leer los periódicos y bosquejar algunas notas. Cosa rara ya que siempre hay que hacer un esfuerzo para concentrarse y pensar.
Comienzo mi búsqueda y sorpresivamente atrae mi mirada una nota sobre René. Entiendo lo que dice, pero no lo admito. Mis ojos regresan una y otra vez a cada letra, cada frase, cada signo.
Una llamada me saca del espasmo. Un amigo solidario manifiesta su afecto por la pérdida. Entonces, es cierto.
Me inunda el llanto, mil imágenes con René vienen a mi mente, me aferro a su imagen viva.
Después vino todo, despedirse, compartir un abrazo y regresar a casa con la sensación de estar completamente sola en el mundo.
Será cosa de aceptarlo, de aprender a vivir con eso.
Aún me asfixia el olor dulce de las flores y la sensación de pérdida.
Debo dormir y a pesar de un extraño malestar caigo en un sueño profundo.
Despierto en él. Ahà está René, sonriendo, rodeado de sus amigos como siempre; un sagaz y aguzado comentario nos hace reÃr a todos, es el centro de atención, nuestras miradas sobre él, el alma de la reunión.
En su discurso, aparentemente disperso y casual, surge manifiesta su inteligencia; el análisis polÃtico, la profundidad literaria, su experiencia militante, junto con algún humorÃstico y candente comentario que nos alude.
Están también sus alumnos, extasiados, como cuando están en clase.
La escena es vÃvida, tan real, como cuando estar con él formaba parte de la cotidianidad.
Quisiera no despertar, pero sÃ, mejor sÃ, para cada noche compartir con él, platicarle del libro, de la novela comenzada que no avanza, de la dificultad de los proyectos y confabularnos en alguna ácida crÃtica a los personajes nacionalmente reconocidos que a ninguno de los dos nos convencÃa.
SÃ, hay que despertar e imprimir en nuestra vida la energÃa y entusiasmo de René por lo que hacÃa, aprender de él, y por las noches soñar y acompañarlo, o más bien que nos acompañe en el tramo que nos quede, asà hacemos doble trampa: en el dÃa nos impulsa su legado y en la noche lo disfrutamos.
Una forma mañosa de enfrentar su ausencia.